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¿Cómo abordar la atención a la diversidad en el trabajo pedagógico de los departamentos de matemática en liceos con buenos resultados?

 30 Dic 2019      Categorías:  Notas técnicas, Liderazgo Pedagógico

Avanzar hacia una educación inclusiva, que posibilite a todos los estudiantes aprender y desarrollar sus potenciales, es un imperativo moral para la educación que se imparte en cada centro escolar. La inclusión escolar está relacionada con el acceso, la participación y los logros de todos y todas las estudiantes, con especial énfasis en quienes están en riesgo de ser excluidos, a raíz de sus características individuales o sociales. La inclusión es un componente clave de la calidad educacional (Razer y Friedman, 2017) y, por lo tanto, los equipos docentes y directivos están llamados a decidir cómo desarrollar procesos de enseñanza que promuevan el aprendizaje en todos sus estudiantes. Los centros escolares inclusivos toman decisiones respecto de su Plan de Mejoramiento Educativo (PME) teniendo en cuenta los factores que intervienen en la exclusión o inclusión de los niños(as) y jóvenes (Booth y Ainscow, 1998).

En Chile, desde el año 1990, se han dictado diversas normativas para abordar la integración, primero, y la inclusión escolar, más recientemente. Por ejemplo, el Decreto 490 otorgó recursos para incluir a estudiantes con Necesidades Educativas Especiales (NEE) en el aula regular, determinando que cada centro escolar decidiera cómo brindar estos apoyos. En la década del 2010, se dictó el Decreto 170, regulando el Programa de Integración Escolar (PIE) respecto a cómo identificar a los estudiantes con NEE que podían obtener el beneficio de la subvención del Estado para la educación especial. Este decreto destaca la importancia del trabajo colaborativo entre docentes PIE y docentes de aula regular. Es más, contempla la asignación de tres horas cronológicas a los profesores de educación regular, para la planificación, evaluación y seguimiento de estudiantes que se encuentren participando en el programa de integración. A estas normativas, se suma la Ley de Inclusión del año 2016, que prohíbe la selección de estudiantes en centros escolares financiados por el Estado.

Mientras los programas PIE tienen una larga tradición en la educación básica, su incorporación a los liceos de excelencia es más reciente. Incluso, en algunos, se instala recién el año 2016, en respuesta a la Ley de Inclusión. Los liceos, a diferencia de las escuelas, tienden a organizar el trabajo pedagógico en departamentos uni o multidisciplinarios. Los departamentales disciplinarios presentan el potencial para fomentar el aprendizaje profesional entre pares, permitiendo conversaciones sustantivas y colaborativas sobre el proceso de enseñanza y aprendizaje (Vanblaere y Devos, 2018). A través del trabajo departamental, se construye la identidad docente, la comunidad profesional y las estrategias pedagógicas que promueven el aprendizaje en ese ámbito disciplinar (Melville y Wallace, 2007).

Los departamentos disciplinares representan una forma de distribución del liderazgo pedagógico (Teacher Training Agency, 1998), abordando un trabajo especializado en temas tales como:

• Asegurar cobertura, continuidad y progresión de la asignatura para todos los estudiantes, incluidos aquellos con NEE.

• Proporcionar apoyo a los docentes para elegir métodos apropiados de enseñanza y aprendizaje.

• Diseñar y ejecutar actividades co-curriculares para el enriquecimiento de las oportunidades de aprendizaje a las que acceden los estudiantes.

• Monitorear los logros de aprendizaje, a las que acceden diseñando estrategias para reducir brechas.

Para cumplir estas tareas, trabajando colaborativamente bajo la estructura departamental, los docentes pueden ajustar la enseñanza para responder de manera diferenciada a la diversidad en sus aulas escolares. Para esto, según lo consignan las normativas y buenas practicas en inclusión escolar, necesitan trabajar con profesionales del programa PIE (psicopedagogos, educadores diferenciales y psicólogos, entre otros), quienes tienen experticia en la diferenciación de la enseñanza y evaluación para el aprendizaje. Este trabajo conjunto es desafiante, porque requiere generar un lenguaje compartido, así como también un propósito (un para qué) conjunto, que le dé dirección a la colaboración.