Elección de escuelas: ¿Un derecho o un privilegio? - Por Cristina Aziz dos Santos, Ph.D

 14 Mar 2019      Categorías:  Columna de opinión

En Chile, la elección de escuelas ha tenido un valor casi inconmensurable. Esto, de cierta manera, puede ser comprensible en la medida que la libertad de elección es uno de los principios más importantes, tanto en una economía de mercado como en una sociedad democrática. De hecho, la falta de elección suele asociarse con regímenes centralizados y autoritarios.

La capacidad de elegir, por tanto, se considera, normalmente, como algo que es bueno per se y también como un indicador crucial de la libertad de un pueblo. De este modo, el contar con mayores opciones de elección es reconocido –al menos en teoría–, como un punto a favor a la hora de construir una mejor sociedad.

Sin embargo, en la realidad –como sabemos por experiencia propia en Chile–, la elección de la escuela puede llevar también a consecuencias problemáticas. Un factor importante para entender las implicaciones de la elección escolar es analizar el sistema institucional sobre el cual se ha establecido ese derecho (o privilegio). Esto se debe a que la institucionalidad puede variar sustancialmente y estos enfoques diversos producen resultados también muy diferentes.

En ese sentido, el éxito de una política de elección educativa depende, entre otras cosas, de las alternativas y libertades reales disponibles para las personas. Habrá que fijarse, por ejemplo, en la real capacidad de los padres de elegir las escuelas para sus hijos, y de las alternativas de establecimientos educativos de calidad disponibles para los estudiantes. Algunas preguntas relacionadas a ello son: ¿Todos los apoderados tienen la misma capacidad (económica, social, cultural, entre otras) de elegir la escuela más adecuada para su hijo/a? ¿Hay suficientes buenos colegios para todos los niños y niñas?

Si, por un lado, la respuesta a ambas preguntas es un NO y si, por otro, estamos de acuerdo que una educación de calidad es un derecho (y no un privilegio) de todo niño, niña y joven en Chile, entonces el resultado de cualquier sistema de elección educativa será, a lo menos, injusto. No obstante, un sistema puede ser más injusto que otro, implicando muy diferentes consecuencias tanto a nivel personal, como a nivel país.  

El proyecto de Ley “Admisión Justa” tiene como base, según sus defensores, la garantía al derecho a elección. Sus detractores, por otro lado, argumentan que los padres pierden ese derecho y que el privilegio vuelve a los colegios (o a algunos pocos apoderados). Veamos entonces:

  • En el caso del sistema actual –que tiene su origen en la Ley de Inclusión–, se busca asegurar que todos los padres, madres y apoderados puedan elegir los establecimientos para sus hijos, en base a una lista de prioridades. Lo anterior, a través de un algoritmo de aceptación diferida –al que algunos, caprichosamente, han llamado “tómbola”–, que, al coordinar oferta y demanda, optimiza la preferencia de las familias.
  • El proyecto de ley “Admisión Justa”, a su vez, buscar retornar al sistema anterior, donde el apoderado postula al colegio de su preferencia y el colegio selecciona en base a criterios de “mérito” (volveremos a esto más adelante).

La principal divergencia entre ambos sistemas es que, en el primero caso, todos los niños y padres son tratados de igual manera, sin discriminación arbitraria, no importando sus características; mientras que, en el segundo, estas características son fundamentales para la selección del colegio. En cualquier caso, obviamente, no todos terminarán satisfechos con el resultado final: dado que son pocos los establecimientos de cierta calidad en Chile, algunos –o muchos de esos estudiantes– no quedarán en el colegio de su preferencia.

Ahora, cambiando un poco el foco, desde el punto de vista político o electoral, ¿cuál es la diferencia más significativa entre los dos sistemas? Podríamos decir que esta radica en “la voz” de los afectados. En el sistema actual –el que “Admisión Justa” quiere eliminar–, los que se sienten perjudicados son los que tienen mayor poder de argumentación; son precisamente los padres y niños con algún tipo de privilegio, que usualmente son seleccionados en el establecimiento que desean, dadas sus características innatas. Por otro lado, en el sistema anterior y, por tanto, también en el que plantea “Admisión Justa”, los afectados eran y serán las familias sin voz. Es decir, las que tienen menor poder económico, social y cultural, las que no reclamaban y no reclamarán, básicamente porque no tienen las condiciones para hacerlo. Esto es lo que diferencia electoralmente a ambos sistemas, y explica el malestar actual: los que tienen voz están causando ruido y eso tiene consecuencias políticas.

La justificación para un eventual cambio, sin embargo, no es exactamente –o al menos no abiertamente– el problema político, sino el tan glorificado mérito. Según los defensores de “Admisión Justa”, se estaría premiando “justamente” a aquellos niños (y padres) con “mérito”, entendiéndose por mérito la inteligencia cognitiva, innata del estudiante, así como el interés/preocupación de la madre y/o padre que apoya/presiona a ese hijo inteligente para que se destaque entre sus pares. El mérito, sin embargo, no debería estar relacionado con una aptitud congénita, sino más bien con un “valor agregado”, y eso sólo se podría medir en una “cancha pareja”. En ese sentido, en teoría, el mérito solo debería ser premiado cuando son comparados estudiantes en igualdad de condiciones (económicas, intelectuales, familiares, etc.). 

Dado que dichas condiciones no son para nada equivalentes, la consecuencia de volver a ese sistema de competencia y selección será una mayor segregación de los estudiantes, por motivos que están fuera de su control. Los niños, como sabemos, no eligen nacer. Tampoco escogen a su familia (si sus padres serán apoyadores, cariñosos y preocupados, o alcohólicos, drogadictos y violentos), ni su condición económica o social. No deciden dónde nacen, ni cuál será su aspecto físico, género o etnia. Tampoco pueden determinar cuál será su nivel de inteligencia. Ellos nacen no más, y a algunos les toca más fácil –privilegiados- y a otros, muy por el contrario, les resulta muchísimo más difícil, por puro azar, gracias a una gran tómbola –una que sí es de verdad– llamada vida.