Hoy en día, liderar escuelas no solo es complejo, sino que es uno de los desafíos personales más motivantes que puede asumir un director. Esto porque involucra la utilización de todos los saberes, tanto teóricos como sociales, que se han ido acumulado en la vida y experiencia educativa de un profesional de la educación.

Desde el año 2015 me encuentro dirigiendo el Liceo Politécnico Quintero. Esta institución emblemática de la comuna ha ido casi en caída libre en su calidad educativa como así también la percepción social y reputación escolar. En este contexto, decidí postular al cargo de director y asumir el desafío de levantar no solo este establecimiento, sino que aportar a la educación pública del país. Sin embargo, y desde la experiencia, considero que no cualquier persona está preparada para asumir este tipo de desafío, ya que es necesario tener experiencias en gestión, preparación académica y sobre todo, cualidades personales que permitan navegar las turbulentas aguas que implica dirigir una escuela o liceo.

Desde mi experiencia, indudablemente el primer año de gestión es el que más tensiona la institución. Las propuestas de mejoramiento institucional que suelen plantear a un nuevo director generan suspicacias respecto a si realmente provocarán un cambio positivo al interior del establecimiento. Esto, sumado a lo desconfiado de nuestro gremio, a las resistencias propias de algunos docentes y asistentes de la educación y la comodidad que generan ciertas malas prácticas educativas hace que el primer año sea el más complejo de abordar.

En este contexto, difícilmente es posible encontrar una receta única de gestión exitosa que se pueda replicar en cada escuela o liceo. Cada establecimiento educativo es un universo independiente con constructos sociales que lo caracterizan y hacen único en su tipo. No obstante, tampoco es errado señalar que existen patrones comunes que caracterizan a muchas de las escuelas municipales, tales como: falta de expectativas de nuestros estudiantes, falta de identidad con la institución, segregación social, falta de visión estratégica, entre otras que son parte de las dinámicas sociales. Depende del director transformar estas barreras en oportunidades, que potencien el aprendizaje de los estudiantes y el desarrollo profesional de los docentes. De ahí que los directores requerimos focalizar nuestras prácticas en el cambio y la mejora escolar.

Para que existan efectivamente cambios sustantivos en corto tiempo se debe necesariamente hacer extensibles los beneficios de la nueva gestión a toda la comunidad educativa y, a su vez, asegurarse de visibilizar tales cambios para que sean percibidos y valorados. Nuestra apuesta ha sido impactar principalmente en el clima de convivencia escolar, no solo entre estudiantes, sino que entre todos los miembros de la comunidad. Algunas acciones de mejoramiento que han resultado de forma exitosa son: la atención de los estudiantes, de sus apoderados, encuestas de satisfacción, jornadas de conversatorios, incorporación de ritualidades académicas, de pertenencia e identidad que den sentido a estar en la escuela o liceo. De esta forma, los estudiantes no solo entienden que su estadía tiene objetivos académicos o meramente motivos formales de educación, sino que también tiene motivos socioemocionales, es decir, por la necesidad de las personas de construir espacios sociales de comunicación, entendimiento...en otras palabras: de convivencia escolar. Un buen líder requiere gestionar la convivencia escolar primero, para luego dar paso al liderazgo pedagógico. Ese es mi principal consejo.